Cuando lo espiritual comienza a vivir en el alma humana como una experiencia
cotidiana, y deja de ser una mera abstracción motivo de fe, se producen importantes
cambios en la manera como se enfrenta la realidad.

En términos generales podemos observar que estos cambios aparecen en todos
los ámbitos de la actividad anímica, de manera progresiva y en intensidad creciente.
En el pensar se adquiere una vivacidad y creatividad que supera los esquemas
mentales, dogmas e ideologías de todo tipo, apareciendo un pensamiento altamente
individualizado, con ideas que surgen como imágenes vivas, tal como las describieron Platón y Goethe.

En la vida afectiva se va produciendo un ennoblecimiento de los sentimientos y
un control y conducción positiva de las emociones, en el sentido de un aniquilamiento
de toda traza de egoísmo en la relación con los demás.

En la voluntad comienza un accionar lleno de responsabilidad y sentido, ya que
el hacer ha sido impregnado con amor a toda la creación, con la cual se siente en
unidad. También es guiado por eso espiritual o divino que subyace en todo como una
sabiduría y voluntad operantes.

Este camino de transformación que se produce en las personalidades que
transitan hacia lo que Rudolf Steiner llamó el Alma Consciente, conscientes de su
esencia espiritual, se va a manifestar con variados matices según los distintos ámbitos
donde se desenvuelva cultural y laboralmente la persona. Como nuestra tarea se
encuentra en el campo de la salud, veremos de manera sucinta las cualidades que van
emergiendo en el proceso terapéutico, que afectan tanto al enfermo como al sanador o
terapeuta.

En primer lugar la enfermedad deja de ser una entidad clínica determinada por
criterios científicos de acuerdo al conocimiento médico imperante, y se percibe como
una experiencia altamente individual, que tiene un sentido particular para la persona
que la sufre. Pasa a ser una oportunidad de aprendizaje, de tomar consciencia de su
condición y despertar las fuerzas de superación para restaurar la salud. Ya no se trata
de curar, de hacer desaparecer los síntomas o la condición patológica, sino de sanar, lo
que contempla una dimensión espiritual: hay una responsabilidad que es mía en el
origen de la enfermedad, hay algo en mi obrar que atenta en mi camino de consciencia
hacia lo espiritual y que debo corregir desarrollando los pensamientos, sentimientos y
accionar en sintonía con mi naturaleza espiritual.

El terapeuta o sanador en este nuevo escenario ya no es el experto que tiene la
solución al problema, sino es un facilitador para la toma de consciencia y para que el
enfermo asuma la responsabilidad con el proceso que lo afecta. El terapeuta debe
cultivar y desarrollar cualidades anímicas como el espíritu de servicio y amor
incondicional por lo que hace, colocándose a disposición del enfermo de tal manera
que entra a compartir un destino con él, que muchas veces es incierto ya que obedece
a las leyes profundas del karma, que no siempre son asequibles al hombre actual.
Es responsabilidad del terapeuta lograr un conocimiento profundo de la
naturaleza, tanto del ser humano como de los distintos reinos, mineral, vegetal y
animal, donde estamos inmersos y de los cuales dependemos dentro de esta unidad armoniosa. Si esta labor cognitiva es bien realizada, vamos a encontrarnos con lo
espiritual en cada manifestación del mundo físico. Para ello se requiere que vayamos
trascendiendo el pensamiento intelectual al que estamos acostumbrados y entremos a
una realidad mas trascendente que se mueve en imágenes llenas de sabiduría y
certidumbre. Ese es el plano etérico, constituido por vida o sabiduría fluyente,
operante, al cual despertamos con el pensar vivo, que ahora se constituye en una
verdadera fuerza sanadora por sí misma. Si esta sabiduría es usada con los
correspondientes sentimientos de compasión y amor por el ser humano enfermo, éste
podrá dar un salto de consciencia donde se le revelarán el sentido de su vida, el
significado de la enfermedad y la responsabilidad que le incumbe en su propia
sanación.

En la antigüedad, la medicina chamánica o la medicina de los Templos de
Misterio , realizaba esta labor con el enfermo y/o el terapeuta en un estado de trance,
momento cuando se intervenía en su vitalidad, para posteriormente ser instruido en
normas de conducta que lo ayudaran a cuidar su salud.
En la actualidad el ser humano ha alcanzado evolutivamente otras
características que le permiten y le exigen realizar de manera cada vez más precisa, su
autosanación de manera totalmente consciente. La esencia espiritual en el ser humano
se ha ido haciendo cada vez más manifiesta y autoconsciente, de modo que debe
asumir en concordancia su lugar en el proceso creativo y evolutivo de la humanidad,
que en el fondo no es otra cosa que hacerse cargo del karma individual y colectivo que
tenemos.

La medicina que hay que comenzar a desarrollar debe en consecuencia
fundamentarse en esa realidad espiritual oculta tras los fenómenos físicos. Para
transitar en este camino es necesario que nos armemos de coraje y aceptar el
sacrificio de nuestro espacio de transitorio bienestar y de falsas certidumbres. La
medicina académica nos acostumbra al “facilismo” con sus protocolos consensuados
desde los laboratorios farmacéuticos y las teorías en boga, que más encima da un
amparo legal frente al fracaso terapéutico. Eso por una parte, pero también son un
gran obstáculo las pautas de atención del sistema de salud imperante con su
mecanicismo fundamentado exclusivamente en criterios económicos y muy rentables
para los diversos actores dentro del sistema.

Acompañar a un enfermo bajo esta nueva mirada es dejar el amparo de la
academia y transitar por nuevos mares de incertidumbre donde se juega la libertad y
el respeto profundo por el destino humano, que es absolutamente independiente de
los valores terrenos que nos mueven en el día a día habitualmente. André Gide
escribió: “Quien no se atreve a abandonar el amparo de la costa, no descubre nuevos
mundos”. Esta es una invitación que cada vez más personas están tomando como un
gran desafío que orientará sus vidas en este nuevo escenario que se abre.

la medicina que hay que comenzar a desarrollar debe fundamentarse en esa realidad espiritual oculta tras los fenómenos físicos