Este es un tema de suma importancia por muchas razones. De partida es algo muy frecuente, a tal punto que no hay persona en el mundo que no haya vivido esta experiencia de manera directa o indirecta más de alguna vez. Cuando se considera al ser humano desde una mirada amplia e integral, las enfermedades que se manifiestan con fiebre asumen una gran relevancia para el futuro despliegue de la biografía de la persona, tema que es motivo de otra presentación.

Por otra parte, debido a la actitud que ha asumido la medicina moderna de “una lucha contra la enfermedad” en términos muy reduccionistas, haciendo desaparecer el síntoma sin mirar el trasfondo amplio donde la enfermedad cobra todo un nuevo significado trascendente, ha instilado el miedo en el enfrentamiento de los cuadros febriles tanto en la población general como en los mismos médicos. Los primeros temen la presencia de alguna enfermedad grave que los va a matar, los segundos que se les escape el diagnóstico de alguna de esas enfermedades graves y se vea involucrado en un juicio legal de vastas consecuencias negativas. Esta atmósfera emocional frente a una situación clínica tan frecuente, con miedo e inseguridad que puede ser tanto de los padres, pacientes o personal de salud, lleva a una pérdida de la objetividad y como consecuencia a un intervencionismo medicamentoso y de exámenes, que habitualmente resultan peor que la enfermedad misma.

Hoy tenemos mucho conocimiento científico en el campo de la inmunología que nos obliga a plantearnos el problema de la fiebre desde otra perspectiva. Cuando se tiene el conocimiento sólidamente fundamentado y se contrasta con la experiencia, surge la sabiduría y la seguridad en nuestro actuar. Es lo que trataremos de mostrar a continuación.

¿Qué es la fiebre?

Es una manifestación del sistema inmune que se activa para mantener una integridad del organismo. La fiebre no es producida por el microbio o una substancia como una toxina de una manera directa, sino que estos agentes gatillan una reacción del sistema defensivo del organismo para restablecer los límites de lo propio. Esto se puede entender plenamente si tomamos como ejemplo una enfermedad típica de la infancia como la rubeola.

Esta enfermedad, muy frecuente antes del empleo universal de la vacuna, era definida como una infección viral caracterizada por algunos síntomas iniciales mínimos como decaimiento, malestar general, dolor de cabeza, poco apetito, que luego era seguido por la aparición de erupciones cutáneas o exantema con las típicas “pintitas rojas” que duraban 3 días, acompañadas de fiebre, coriza, conjuntivas rojas e inflamación de los ganglios linfáticos. Hoy sabemos que esa enfermedad es producida por un virus que se transmite por el aire y penetra por la mucosa de la vía aérea superior, donde comienza a multiplicarse. Cuando alcanzan un número suficiente, estos virus comienzan a penetrar en el sistema linfático y en la sangre produciendo la viremia. Todos estos eventos ocurren durante la semana previa a la aparición de los síntomas típicos de este cuadro clínico, que es lo que se llama el período de incubación.

Visto todo esto desde la dinámica del sistema inmune, tan pronto como los virus traspasan la barrera natural de la vía aérea superior, son captados por células defensivas llamadas macrófagos, las que dan el aviso al resto del sistema inmune de esta invasión viral y se activa la respuesta que mal definimos como la enfermedad llamada rubeola la cual podemos ilustrar con el cuadro a continuación:

¿Qué está ocurriendo realmente detrás de esta caracterización clínica? La respuesta defensiva se hace con la liberación de interleukinas que son los mediadores de la inflamación, responsables de la fiebre, del malestar general y de activar a las células del sistema inmune llamadas linfocitos, los que comienzan a multiplicarse velozmente (expansión clonal) con la aparición de los ganglios linfáticos agrandados. Estos linfocitos pueden ser de dos tipos generales, los T que se transforman en linfocitos citotóxicos que van a destruir todas las células de la vía aérea superior que se encuentran infectadas por el virus, apareciendo el enrojecimiento de las mucosas, con la producción de coriza y el mecanismo de la tos para limpiar y expulsar todo lo que ha sido destruido o eliminado del organismo. Los otros linfocitos son los B que se transforman en células plasmáticas responsables de producir anticuerpos o inmunoglobulinas específicas que van a neutralizar a los virus circulando por la sangre con la formación de complejos inmunes cuyo impacto en la piel produce el exantema característico.

En términos generales, este mismo modelo de respuesta se va a producir contra cualquier agente extraño que sea detectado, ya sean otros virus, bacterias, parásitos, toxinas, pólenes, etc. Las variantes cualitativas y/o cuantitativas de la respuesta inmune van a obedecer, según las explicaciones de la ciencia oficial, en gran medida de las características estructurales del antígeno en cuestión. Pero según explicaremos en artículo aparte, las diversas manifestaciones y susceptibilidades del huésped contra los microorganismos o substancias extrañas, se deben a la particular estructuración del organismo infectado y sus necesidades de transformación.

La fiebre es un fenómeno universal que ha sido reconocido desde antes de Hipócrates en su rol benéfico para la restauración de la salud, por ello, hasta el siglo XIX se solía acompañar al enfermo con medidas generales encauzando la fiebre en su curso natural para que se completara el ciclo reparador del organismo afectado. Hay muchos estudios tanto en animales como en el ser humano, que se puede encontrar en la literatura especializada, que avalan este rol protector de la fiebre y de la respuesta inflamatoria. Solo mencionaremos algunos de estos efectos como el aumento de la actividad de los glóbulos blancos con temperaturas de 38 a 40ºC, igual que la mayor secreción de interleukinas, interferón y la expansión clonal de los linfocitos, especialmente la producción de anticuerpos que sube hasta 6 veces en su eficiencia. Por otra parte, se ha comprobado que los virus detienen su replicación con temperaturas sobre los 38ºC, al igual que las bacterias disminuyen su proliferación por el secuestro de hierro circulante que se produce en estas condiciones.

Con el advenimiento de los medicamentos antipiréticos a fines del siglo XIX, comenzó un cambio de actitud frente al paciente febril que ha traído una serie de consecuencias nefastas de las que aún no se toma consciencia del todo. Si consideramos bien la situación, debemos concluir que la reacción inflamatoria constituida por todos esos síntomas molestos que llamamos “la enfermedad” no es más que la respuesta defensiva del organismo enfermo, la que debemos acompañar con medidas generales de apoyo y vigilancia estrecha para mantener el proceso dentro de márgenes seguros y aceptables.

¿Qué hacer con un enfermo febril?

Lo más importante de todo es mantener la calma y objetividad. La inmensa mayoría de las enfermedades que cursan con fiebre corresponden a cuadros virales, autolimitados, de curso benigno, que duran entre 1 a 3 días por lo general. Lo importante en estos casos es el reposo efectivo, una hidratación adecuada y si los síntomas son muy molestos se pueden modular con medicamentos homeopáticos o medidas físicas.

Cuando un niño comienza a sentirse mal, busca espontáneamente abrigo y reposo, conducta que permite potenciar la respuesta inflamatoria. Este mismo hecho se ha observado también en todos los vertebrados cuando se infectan, que buscan fuentes de calor, principalmente el sol, para subir su temperatura corporal. Si esta conducta, que además implica un alto gasto energético, ha perdurado por miles o millones de años en la evolución de los seres vivos, es que su propósito es positivo y con mayor razón deberíamos considerarla desde otra perspectiva y no luchar contra ella. La fiebre tiene una fase de establecimiento, con todo el malestar general, los calofríos, dolores osteo-musculares, cefalea, etc. En esta etapa es contraproducente desabrigar en demasía a los niños y menos aún meterlos en baños con agua fría. Tampoco se recomienda en general las friegas con alcohol, ya que su efecto es muy brusco. Si el niño se ve bien, no hacer nada en especial y sólo acompañarlo. Por lo general ellos mismos nos orientan en las necesidades que el cuerpo les pide. Si se siente muy mal, está muy decaído o existe el riesgo de convulsiones, lo recomendable es envolverlos en paños humedecidos con agua tibia y sobre eso una toalla seca que mantenga el abrigo. La temperatura corporal debe modularse por evaporación y no por diferencia de temperatura con el medio. Es importante que durante todos estos procedimientos se objetive la temperatura con un termómetro con el fin de mantenerse en rangos alrededor de los 38,5ºC. Existen muchas ofertas de termómetros en el mercado, pero los más efectivos y seguros son los clásicos de mercurio que se aplican en la axila o ano. Otra medida simple pero muy efectiva es abrigar las zonas del cuerpo como pies y manos que se encuentran frías. Cuando la fiebre sube, se produce una redistribución del flujo sanguíneo hacia el tronco con enfriamiento de la periferia corporal, por lo que al abrigar las extremidades se restablece el flujo de sangre bajando la congestión y las molestias. Muy importante es dejar dormir al niño o paciente con fiebre cuando así lo requiere su propia naturaleza.

Cuando la fiebre ha cumplido su cometido y el sistema inmune se ha activado y controlado el riesgo de la infección, se produce la caída de la fiebre o lisis, con la aparición de sudores profusos, ¡que es cuando el niño se destapa y comienza a ser difícil mantenerlo en cama! Aquí se pone a prueba la autoridad de los padres, porque es importante seguir con el reposo y el cuidado general, ya que muchos de estos cuadros, especialmente las gripes, presentan recaídas severas si no mantienen un reposo prolongado.

Otro argumento importante para mantener una conducta expectante con la fiebre es que es un excelente signo de que algo anda mal o hay una complicación en curso. Cuando la fiebre se mantiene alta sobre los 38,5ºC más allá de los tiempos habituales, el paciente se ve comprometido, aparecen otros síntomas de alarma o vuelve a aparecer fiebre alta y mantenida después de que había descendido, hay que consultar con el médico para que descarte alguna complicación o un cuadro más grave que requiera otras medidas.

¿Cuándo consultar a un médico?

  • En todo niño en sus primeros meses de vida cuando todavía está al pecho y presenta fiebre alta.
  • En caso de fiebres sobre 39ºC que no ceden a los 2 a 3 días.
  • Fiebres altas que reaparecen después de un día de estar sin fiebre.
  • Aparición de síntomas como decaimiento extremo, deshidratación, dolores muy intensos que no ceden, especialmente de los oídos, abdominales, inflamación de las amígdalas, dificultad respiratoria importante, síntomas neurológicos como cefaleas intensas, compromiso de consciencia, convulsiones, etc.

Es importante saber con respecto a las convulsiones que, si bien son una experiencia muy dramática de vivir en su momento, no representan mayores riesgos para la vida del niño ni dejan secuelas neurológicas. Se presentan por lo general en los niños hasta los 5 a 6 años gatilladas por el cambio brusco de temperatura corporal y no guarda tanta relación con el nivel de la fiebre. También es importante para los padres no confundir los temblores propios del cuerpo cuando la fiebre está subiendo, con las convulsiones, que se acompañan de pérdida de consciencia y rigidez muscular.

Medicamentos para usar

Lo más importante es una buena hidratación del enfermo. Limonadas o naranjadas con miel son siempre recomendables, al igual que infusiones de sauco, tilo u otras hierbas que se han usado desde los albores de la humanidad y cuya tradición ha sido mantenida por las abuelitas. La alimentación no debe descuidarse, procurando mantener un aporte adecuado en base a alimentos livianos como frutas, sopas de verduras, leche según el niño, y progresivamente y según tolerancia ir ampliando el abanico de posibilidades y cantidades.

Los medicamentos que se recomiendan son los homeopáticos, que no actúan como antipiréticos, sino regulan la respuesta inmune para que se cumpla el objetivo del proceso. En la práctica homeopática se han descrito más de 100 substancias con buen efecto en estos casos, sin embargo, con fines prácticos, bastan unos pocos que mencionemos para tener resultados satisfactorios.

Aconitum napellus D6

Se indica en esos casos donde el cuadro febril afecta de manera notoria el sistema nervioso, como es el caso de las gripes o influenza, apareciendo el enfermo muy ansioso, irritable, inquieto, hipersensible, especialmente al frío, quejándose de dolores de tipo neurálgicos de manera exagerada que no los toleran. La intoxicación con esta planta produce efectos que siguen la actividad descendente de los nervios produciendo vasoconstricción arterial y frío, por ello cuando se encuentran estos síntomas con esa dinámica, hay que pensar en Aconitum para tratar la fiebre.

Apis mellifica D6

Este medicamento se prepara con el veneno de la abeja, por consiguiente corresponde a esos estados febriles originados por procesos calóricos muy localizados, altamente dolorosos, con edema y congestión sanguínea activa, tal como ocurre en procesos inflamatorios de vías aéreas superiores, (amigdalitis, glositis, faringitis, edema de glotis, laringitis, escarlatina, sarampión), tegumentos, (erisipela, urticaria, eritema nodoso, furúnculos, panadizos),  serosas (sinovitis, reumatismos, pleuresías, gota), hay que recordar este medicamento, cuya acción es muy rápida. Por lo general se puede asociar con Belladonna potenciándose el efecto de ambos.

Belladonna D6

Al contrario del Aconitum, esta planta centra su actividad en la circulación sanguínea y en la parte metabólica       . Se observa una congestión de sangre arterial intensa, con enrojecimiento marcado, de aparición brusca, con mucho dolor localizado en zonas como la garganta, oídos, laringe. Cuando el enfermo está con fiebre aparece con una actitud pasiva, le molesta la luz, tendencia a los delirios y llama la atención la taquicardia con pulso lleno y duro. Habitualmente se queja de fuertes dolores de cabeza de tipo pulsátil.

Bryonia alba

Típicamente, el cuadro clínico que corresponde a este medicamento son inflamaciones de vías aéreas como bronquitis, neumonías, pleuritis y procesos con compromisos de otras serosas, como peritoneo y sinoviales. Por consiguiente, en todos esos casos de patología febril donde se produce un desvío de líquidos desde la sangre hacia los espacios intersticiales, apareciendo exudados y congestiones hay que pensar en este medicamento, especialmente si se acompañan de dolores agudos y punzantes que mejoran con el reposo. Se combina muy bien con Aconitum que lo complementa atenuando el compromiso nervioso.

Ferrum phosphoricum D6

Funciona como un activador del sistema inmune en esos casos de niños delgados, friolentos con tendencia a los resfríos que rápidamente comprometen oídos,  bronquios o pulmones. No son fiebres altas, tampoco se ven comprometidos inicialmente, pero rápidamente se complican sin mucha capacidad de reacción y recuperación, por lo que en estos niños, al menor indicio de un cuadro respiratorio debe usarse de inmediato.

Gelsemium D6

El paciente febril que requiere este medicamento se asemeja en su presentación a Belladonna, con intensas congestiones en la zona de la cabeza, como resfríos, sinusitis, laringitis, pero con un compromiso del sistema nervioso importante, semejante al Aconitum, que se manifiesta especialmente por una gran debilidad con temblores o escalofríos intensos, cefalea que lo postra. Por lo general su dinámica es más lenta y prolongada que los otros dos medicamentos mencionados. Otro síntoma característico que lo diferencia de los otros dos remedios es la marcada ausencia de sed.

Mercurius vivus o solubilis D6

Corresponde a procesos febriles con marcada inflamación del tejido linfático, como amigdalitis, mononucleosis, rubeola, herpanginas, gingivoestomatitis, etc. Se puede combinar perfectamente con Apis y Belladonna para potenciar el efecto analgésico. El enfermo presenta fiebres elevadas, con gran postración de aspecto intoxicado, sudores profusos, con mal olor corporal, irritabilidad como que no sabe lo que quiere, muy sediento.

Modo de empleo

Lo habitual es que se usen en D6 y su frecuencia de administración es de 1 a 4 horas dependiendo de la intensidad de la fiebre y las molestias, en lo posible antes o alejado de los alimentos. En situaciones extremas como dolores de oídos, obstrucción laringea, fiebres sobre 40ºC se pueden administrar más seguido entre 10 a 15 minutos hasta obtener una respuesta satisfactoria. La dosis a usar es de unas 5 gotas, pero si se cuenta con otras presentaciones, 6 a 8 glóbulos o una tableta o equivalente en trituración.

Se recomienda no combinar Aconitum con Belladonna o Gelsemium, ya que sus respectivas actividades tienden a anularse mutuamente. Las combinaciones de Aconitum con Bryonia es adecuada, igual que la de Apis con Belladonna y/o Mercurius.

Frente al riesgo de una convulsión febril, el medicamento de preferencia es la Belladonna D6 que se puede combinar con Arnica D6 cada 30 a 60 minutos hasta que se normalice la temperatura.

Algunas consideraciones desde la perspectiva espiritual del ser humano

Si consideramos que el ser humano está constituído grosso modo de una parte biológica, su organismo físico y por otra, la parte animico espiritual, es importante conceptualizar que la esencia de la humanidad es lo espiritual, que viene a este mundo a vivir una experiencia que le permita progresar y para ello necesita ese vehículo que llamamos el cuerpo humano.

La forma en que lo anímico espiritual se apodera de su vehículo es a través de los procesos calóricos y es desde ahí que debemos mirar la presencia de la fiebre como un intento enérgico de lo espiritual de hacer suya la corporalidad. Esta corporalidad se ha formado siguiendo una línea genealógica bajo las leyes de la herencia, que rara vez calza completamente con las necesidades que trae el espíritu encarnando en la tierra. Para hacer la transformación y adaptación de esta corporalidad recurre a los procesos febriles y son de especial importancia aquellos que manifiestan erupciones o exantemas cutáneos en los primeros años de la vida de una persona.

Por consiguiente, estos cuadros son normales e incluso deseables en el desarrollo de todo niño, ya que permiten la correcta encarnación del espíritu y con ello completar la maduración del sistema inmune. Por ello es que no debieran usarse los antipiréticos, como tampoco es recomendable, desde esta perspectiva, la inmunización contra aquellas enfermedades típicas de la infancia como la rubeola, varicela, sarampión, etc.

El sistema inmune es la base biológica sobre la cual se produce la individualización espiritual. Del mismo modo que a un niño le permitimos pararse alrededor del año para que aprenda a caminar solo, sabiendo que va a sufrir múltiples caídas, así deberíamos dejar que el sistema inmune se enfrente con esas enfermedades propias de la infancia y aprenda a superarlas. Si el niño aprende a pararse solo, sabrá pararse sin problemas el día de mañana frente a cualquier caida en la vida. ¡Hay un gran simbolismo en ello! También el sistema inmune que se hizo competente de manera natural en su tarea de defender la integridad del organismo humano, será más efectivo en protegernos de aquellas patologías tan frecuentes en nuestra era moderna: alergias, cáncer y enfermedades autoinmunes.

Otros aspectos inherentes a nuestra vida occidental que atentan contra el normal despliegue de lo espiritual en su corporalidad son la problemática de la alimentacion y de la educación. La forma como alimentamos a nuestros niños, llenos de productos químicos, comidas congeladas, la industrialización en la producción de  leche y pan, falta de respeto por los ritmos biológicos, etc., hace que nuestra corporalidad se desvitalice y endurezca. Eso puede tener dos consecuencias importantes a futuro: por una parte la aparición de cuadros febriles a repetición como un intento de lo anímico espiritual de encarnar adecuadamente, o más tarde la aparición de enfermedades degenerativas o autoinmunes, cáncer y por sobre todo la pérdida del propósito de la encarnación.

También la educación centrada unilateralmente en lo intelectual actúa negativamente en el mismo sentido que lo anterior. A los niños se les pone tempranamente en jardines infantiles donde ya no juegan, sino los preparan para el colegio con “aprestos” a las letras y los números, teniendo que estar sentados horas en una mesita o frente a pantallas de televisores o computadores. La intromisión de pantallas de medios audiovisuales, despiertan precozmente a los niños, alteran sus ritmos de sueño/vigilia y con ello de igual modo desvitalizan y endurecen sus cuerpos.

Volver a un concepto de vida saludable, donde se realiza la verdadera prevención de las enfermedades es una tarea que debemos asumir todos en la actualidad. El modelo de la medicina actual, de la lucha contra la enfermedad, debe ser cambiado por el fomento de la salud o salutogénesis, dentro de lo cual se enmarca esta actitud no intervencionista frente a las enfermedades “normales” que todo ser humano se enfrenta alguna vez en la vida.

la forma en que lo anímico espiritual se apodera de su vehículo es a través de los procesos calóricos y es desde ahí que debemos mirar la presencia de la fiebre como un intento enérgico de lo espiritual de hacer suya la corporalidad